Vadimir Hernandez, sabe muy bien de lo que habla cuando, a través de su libro Habana Requiem (Harper Collins, 2.017), denuncia la situación que vive su país y la narra de forma trepidante para que el lector pueda sentir lo mismo que siente él cuando habla de su patria.
Conversación entre dos policías, Página 183
El teniente Puyol arrastra muchos secretos bajo su gabardina, esa que utiliza dos días al año y solo cuando llueve (¿En Cuba llueve?). La investigación de un presunto suicidio no es un caso que le esté quitando horas de sueño, pues su olfato policial le indica que está ante un asesinato de manual, de esos que la evidencia se encarga de desenmascarar con el tiempo, aunque demostrarlo con pruebas y en menos de 24 horas es un reto que debe asumir para afianzar su profesionalidad. Cuando el escritor profundiza un poco más en la vida personal del teniente, el lector empieza a comprender qué clase de persona es y qué tipo de vida lleva, lo que le hace empatizar con el entorno y las carencias con las que tienen que vivir todos los cubanos sin excepción. Puyol pasa de ser un tipo duro a demostrar el más absoluto de los sentimientos: cuando llega la noche, el investigador se convierte en padre y todo lo demás deja de existir. Todo lo contrario que transmite su compañero Manolo, un ser repulsivo y repugnante que mancha el cuerpo de policía con sus continuos casos de corrupción. Menos mal que en esta novela la justicia se imparte equitativamente, si no el lector se quedaría con un mal sabor de boca después de conocer a que se dedica y la impunidad con la que podría salir indemne de sus escarceos. El equipo al completo lo forman el impulsivo Eddy, cuyo carácter le generará más de un problema a lo largo de toda la novela y la arribista Ana Rosa, que intentará averiguar quien es la persona que está violando sistemáticamente a mujeres con una serie de características físicas en concreto. Para que no nos aburramos entre delito y delito, la sargento Wendy pondrá la nota discordante en una novela donde el ritmo trepidante lo marcará el lector.
"Es verdad que la gente todavía le tiene respeto a la policía, pero eso también está cambiando. Esta ciudad lleva veinte años transformándose en un monstruo. Todavía queda un buen trecho por andar para acercarse a las ciudades más peligrosas de Latinoamérica, pero... tiempo al tiempo, que hacia allá vamos"
Página 109
Una persona no puede entender una ciudad (incluso un país) si antes no ha leído una novela negra sobre ella. Y no lo digo yo, me lo he copiado de El Librero que, siempre que hablaba de un libro lo ubicaba geograficamente antes de recomendarlo ¿Que sería de Atenas sin Kostas Jaritos o de Ystad sin Kurt Wallander? En este caso, Vladimir Hernandez nos abre las puertas de la ciudad vieja para contarnos una serie de historias que trascurren en tan solo 4 días narrando como se vive en las diferentes partes de la capital cubana y que movimientos delictivos realizan sus habitantes según la zona en la que transcurra la trama. Eso sí, el lector deberá de estar atento a recibir un sinfín de información, pues el escritor nos cuenta a bocajarro todo lo que su enviada mente ha sido capaz de elaborar sobre la atractiva, y a la vez fatigada, ciudad de La Habana.
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