Página 28
Cuando Ana Tortajada decide ir a Pakistán a convivir con una familia afgana durante unas semanas, desconoce el impacto que le causará esta gente y su cultura. En su país de origen, nadie habla de la guerra de Afganistán, ni de los talibanes, ni de la violación de los derechos humanos, ni de la lucha continua de miles de familias por salir de la miseria y tener un futuro digno. En su viaje clandestino por la frontera hasta llegar a Kabul, descubrirá un pueblo cuya gente tiene la humildad y la hospitalidad por bandera, con un carácter amable y cariñoso. Pero durante todo el libro una pregunta/reflexión desestabilizará por completo a la protagonista:
"¿QUE ESTÁ HACIENDO OCCIDENTE POR ELLOS?"
Ana constata que, en este conflicto, las mujeres son las principales víctimas de la represión y la dictadura. Aunque la mayoría sigue luchando por la educación y la sanidad en la clandestinidad, muchas mujeres enloquecen o se suicidan presas de un aislamiento brutal por parte de sus maridos, que al cumplir con leyes de los talibanes las repudian y maltratan en público. Para ellas, los problemas económicos tienen otro nombre: mendicidad, prostitución, inanición, muerte. Las nuevas leyes les niegan la atención médica, el derecho a la educación, la libertad de movimientos y las relaciones con hombres que no tengan que ver con su núcleo familiar, es decir, tienen prohibido hablar con el frutero, con el sastre o con algún hombre que no sea su esposo, su hijo o su padre.
Sin embargo, la escritora mantiene su empeño en distinguir conceptos. Islam. Religión. Fanatismo. Integrismo. No confundir. No manipular. En la actualidad, Occidente necesita un demonio al que enfrentarse y sabe crear un miedo difuso que justifique cualquier acción por su parte. Los que mueven los hilos en la sombra nada tienen que ver con el Corán, ni con la Biblia, ni con Dios ni con Alá.
"En Occidente se tiene la idea de que en Afganistán, los hombres son talibanes y las mujeres sufren las consecuencias. No es así. En Afganistán están los talibanes: un grupo armado minoritario apoyado desde fuera que se ha hecho con el poder, y está la población, los hombres y mujeres afganos, a quienes se niegan todos los derechos, aunque las mujeres se lleven la peor parte"
Página 272
La aplicación extremista de una parte del Corán generó tal desconcierto en la población que la mayoría de las familias tuvieron que abandonar sus casas y pueblos para instalarse en campos de refugiados fuera de su país de origen. Las leyes a las que se acogían los talibanes carecían de cualquier tipo de lógica y la aplicación de sus normas desestabilizó la armonía de un país desarrollado y democrático. La instauración del uso del burka para las mujeres así como el requisito de dejarse la barba larga a los hombres fueron las primeras de una larga lista de obligaciones que carecían de cualquier tipo de sentido. Implantaron la asistencia obligatoria a la mezquita cinco veces al día y le prohibieron a la población tratar con extranjeros, tener televisión en casa, escuchar música o hacerse fotos. Cualquiera que desobedeciera estas normas estaba expuesto a ser castigado con años de cárcel o peor aun, ser ejecutado públicamente en un estadio de fútbol, que fue en lo que se convirtieron los campos. De la noche a la mañana, un país entero se transformó y dio pasó a una violencia extrema que causó millones de víctimas, no necesariamente mortales.
En la actualidad Afganistán sigue en la cuerda floja, parece que su guerra no tenga fin. El gobierno talibán abrió las puertas e instaló cómodamente a Al Qaeda, y ahora el Estado Islámico amenaza con continuar la guerra de Siria pero en territorio afgano. Leer el relato de Ana Tortajada es un horror, como lo son todos los Testimonios de mujer que lanzó en colección RBA, pero no por eso hemos de mirar hacía otro lado. Sentir la fortaleza de las mujeres que salen adelante sin medios económicos y notar el amor que transmiten sus maridos dentro de las ruinosas casas es como encontrar una gota de agua en mitad del desierto. Sobrecogedor. Esperanzador.
"Estamos en la terraza, vestidas, todas juntas, las maestras, las coordinadoras, las enfermeras...
El gato se pasea entre nuestros cuerpos.
Una esplendida luna llena contempla la ciudad.
Me tapo con el shador. Me duermo."
Página 286
No hay comentarios:
Publicar un comentario