domingo, 9 de diciembre de 2018

PERSÉPOLIS

A la gente le gusta viajar. Cada vez está más de moda coger una mochila, buscar el vuelo más barato y correr una aventura, sea en el país que sea. Eso sí, occidental.
Cuando la gente me pregunta cual será mi próximo destino y les cuento que me muero de ganas por conocer Irán, todos, sin excepción de uno solo, se echan las manos a la cabeza: ¿¿Otro país árabe?? ¡¡Mira que hay sitios por visitar!! ¡¡Siempre vas al límite!! ¡¡Pero si Irán está en guerra!! 
Mi cara de sorpresa los sorprende todavía más. Si fumara, me encendería un cigarro y les tiraría el humo a la cara. Creo que eso es lo que haría Marjane Satrapi en mi lugar y sería lo más acertado. Pero yo no soy Marjane Satrapi y tampoco fumo, aunque sí que me gustaría explicarle a más de una persona el por qué de mis decisiones y mis gustos, para que así, la próxima vez que hablen sin saber, piensen antes de hacer el ridículo.



Cuando la escritora e ilustradora Marjane Satrapi nació en el año 1.969, Irán era un país libre y laico. Sí: libre y laico, como lo son en la actualidad cualquier país europeo o sudamericano. En estos momentos en que los extremistas islámicos están tan de moda, todo el mundo habla de cuando en Egipto se usaba la minifalda o en Beirut las discotecas abrían hasta las tantas de la madrugada. Teherán era una de esas capitales con carisma, heredado de las huellas culturales que habían dejado siglos de conquistas, con una arquitectura envidiable y una sociedad llena de inquietudes que avanzaba en busca de cambios. Sin embargo, la libertad de la que gozaba su pueblo se vio truncada en el año 1.979 cuando estalló la denominada "Revolución islámica": tras varios meses de revueltas, huelgas, protestas estudiantiles y manifestaciones, el último sah de Persia fue derrocado. Los iraníes salían de décadas de dominación política influenciados por Europa y Estados Unidos, y exigían cambios en su nación, pero desgraciadamente la alegría les duró poco, pues se toparon con la política represiva y extremadamente religiosa de los líderes islámicos que entraron en el poder, camuflados bajo un estado democrático poco estable y menos fiable. Comenzaba un nuevo y turbulento periodo político en Irán. 

De la minifalda al integrismo, de la corbata a la barba larga

Marjane no entiende cómo de la noche a la mañana han podido suceder tantos cambios. Tiene once años y en cuestión de días, los colegios han sido el blanco de los líderes religiosos que están obligando a los niños a obedecer unas normas contradictorias y represivas. Saben que en la educación está la base para formar a futuras mujeres sumisas y a pequeños hombres soldados, es por eso que los manipulan y adoctrinan volviendo a viejas costumbres religiosas, como la de llevar el velo bajo pena de muerte para las mujeres y dejarse crecer la barba para los hombres. Los jóvenes ven como las Universidades son cerradas temporalmente "en previsión de repasar los conceptos que en ellas se estudia" y las familias se desesperan cuando se enteran de que las embajadas están custodiadas: nadie puede entrar ni salir del país. 
Y rodeados de incertidumbre y temor, el pueblo iraní todavía no sabe que lo peor está por llegar. En 1.980, solo un año después de subir al poder, los integristas islámicos hicieron que sus aliados chiitas de Iraq se sublevaran contra Saddam Hussein e iniciaran, empujados por la presión, un enfrentamiento entre los países vecinos. Con el tiempo que hacía que Saddam quería invadir Irán, esta situación fue el pretexto perfecto para atacar un país completamente desorientado. La invasión árabe volvía a producirse y los ciudadanos rebuscaban en la historia el momento cuando, 1.400 años atrás, los árabes los atacaron en una cruenta guerra despojándolos de sus tradiciones y costumbres. Sin embargo, en este caso y debido a la incompetencia de los lideres políticos, la única invasión islámica era la del propio gobierno iraní, que abocó a su país hacia una guerra innecesaria durante 8 años. 

La novela gráfica de Persepolis narra los acontecimientos vividos en estos años a través de la visión de la propia escritora, que divide el libro en cuatro capítulos, contándole al lector cómo fue desarrollando la visión de su país desde fuera del mismo. Cuando la situación se volvió insostenible para los padres de Marjane, decidieron enviarla a estudiar a Austria con una amiga de la familia y, fue en este periodo de aprendizaje, donde afloraron todo tipo de sentimientos, controlados e incontrolables, que le harían sentir ira y rabia contra su país de origen y un desprecio total por las tradiciones y cultura del país de acogida. La adolescencia no fue un mero tramite en la vida de Marjane. Su adicción al hachís y la falta de orientación a una edad tan vulnerable la sumieron en una depresión que culminó en la indigencia. Su conflicto interior era más grande que cualquier motivación superficial, así que volvió a Irán pese a que no sabía cómo sería el recibimiento. 

"El régimen había comprendido que si una persona salía de casa pensando... ¿el pantalón es bastante largo? ¿llevo el pañuelo bien puesto? ¿se me ve el maquillaje? ¿me darán latigazos? Ya no se preguntaba... ¿dónde está mi libertad de pensamiento? ¿Dónde está mi libertad de expresión? ¿Es soportable mi vida? ¿Qué sucede en las prisiones políticas? Normal, cuando se tiene miedo se pierde la capacidad de análisis y de reflexión, nuestro pavor nos paraliza. Por eso el miedo ha sido siempre el motor de represión de las dictaduras"
Página 317

Durante los últimos 24 años, los medios de comunicación se han esforzado en mostrar una cara de Irán contradictoria sin explicar en profundidad que, la revolución que nosotros conocemos por islámica, en realidad fue una rebelión democrática donde todos los ciudadanos salieron a la calle para luchar por sus derechos. La diferencia entre las clases sociales,  la pobreza en la que estaba sumida el 70% de la población, la falta de libertad de expresión y el aumento constante de presos políticos, hicieron que la promesa de un nuevo gobierno, democrático y libre, tuviera más sentido que nunca. Durante unos meses, los iraníes vieron como sus sueños se cumplían, pero los gobernantes, con los dirigentes religiosos a la cabeza, los volvían a someter a un régimen dictatorial y represivo, siendo Occidente el mayor cómplice. En la actualidad, las protestas por el elevado costo de la vida ponen a Irán, de nuevo, en el punto de mira. El pueblo sale de su reclusión y vuelve a manifestarse en contra de la política del ayatolá Ali Jamenei, recriminándole el aumento de la pobreza y la corrupción dentro de su gobierno. Su descontento es justificado, los ciudadanos no cuentan con una oposición dentro del parlamento que luche por sus derechos, pues los portavoces han sido amenazados o están en el exilio. Irán está intentando despertar de una pesadilla larga, pero todavía queda mucho camino que recorrer. ¿Cual será su final?



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